jueves, 29 de enero de 2015

                                     Nada tiene sentido en esta vida


 Hallábase el joven acostado en su cama a altas horas de la madrugada, envenenando su mente con pensamientos que no tenían ninguna importancia. Cada uno era más deprimente que el anterior y, así, llegó a la conclusión de que deseaba morir. 
No siendo consciente de ello, paseó tontamente su mano por la superficie de la cama y halló una pistola. Sin mostrar el más leve signo de asombro, es más, con la mirada aún fija en la más incierta oscuridad, sumido en la nada de su mente, se la llevó a la sien y, sin dudar un instante, apretó lo que su subconsciente le decía que era el gatillo. Oyó un disparo, y después... nada. Hacía tiempo (¿horas, minutos?, era difícil precisarlo en ese momento) que se había dado cuenta de que sentía una gran curiosidad por saber qué había después de la muerte, y ahora estaba allí: sólo, fascinado, en la más rotunda oscuridad, una oscuridad que le absorbía tanto mental como ¿físicamente? No estaba seguro de si en aquel lugar existiesen realmente espacio ni tiempo, pero eso no tenía importancia. Por primera vez en mucho tiempo sintió algo de interés por algo y comenzó a andar entre tinieblas. Anduvo lo que a él le pareció una eternidad sin un rumbo fijo buscando, siempre buscando. ¿El qué? No es algo que yo pueda responder. En cierto momento, sintió una amenazadora presencia tras de sí. Se detuvo y, creyendo que lo habría imaginado, se volvió lentamente confiando, por otra parte, en que, por fin, lo hubiera encontrado; lo que vio, sin embargo, le produjo una mezcla de terror y dubitación: resaltando con las negras inmensidades del abismo, pudo percibir la silueta, ligeramente visible, de lo que parecía un niño pequeño de ojos rasgados, que le miraba fijamente con aquella profunda y negra mirada que parecía leer su esencia como si fuera un libro abierto. El joven aguardó, sometiéndose a la honda presencia con la que aquel ser iba rellenando todos los rincones de su alma. Al fin, el niño habló:
-Has obrado según tu instinto; ahora, puedes elegir entre vivir o venir conmigo.
Entendió entonces que había llegado la hora, la hora de su Juicio. Cuando el joven le dio una respuesta, sintió como si el medio que le rodeaba estuviera sufriendo un profundo cambio; no habría podido distinguir su naturaleza, aunque se lo hubiera planteado. Vio que la silueta del niño se elevaba y, cuando estuvo a una altura considerable, su figura se iluminó y distinguió la forma de un ángel que subía plácidamente batiendo las alas y le miraba con su repugnante rostro descarnado de ojos que no podían ver nada. Se sintió caer, cayó irremediablemente, hacia lo que él creía su perdición; pero vio algo, iba a chocar, y por un momento se sorprendió al ver que era él mismo, que se acercaba a gran velocidad, después... todo se volvió oscuro, se había parado, la calma volvía a él, como una cálida presencia que le indicaba que todo había terminado. Había en este nuevo ambiente un aroma que le resultaba familiar y le seducía, como si una vez hubiera pertenecido a esa dimensión, pero hace mucho, cuando el tiempo aún era joven y los dioses aún no habían nacido. De pronto, las tinieblas se fueron disipando, dejando paso a un tono rojo anaranjado; en aquel momento lo entendió todo, supo que ya no estaba en un medio inmaterial, sino que volvía a respirar, tranquilo por haber vuelto de un tan largo e incierto viaje. Con una curiosa sensación de nostalgia y pesadumbre, abrió los ojos. Estaba allí, en su cuarto, acostado en su cama. Los primeros rayos del sol matutinos entraban perezosamente por una ventana que había junto a él. Con un bostezo, el joven se incorporó y miró a través de ésta. Las nubes viajaban despreocupadas por el cielo azul, empujadas por una fresca brisa estival. Respiró hondo y sintió como si se le purificara el cuerpo. Ya no había nada que temer; lo veía todo desde otro punto de vista. Se levantó, abrió la ventana y acogió aquella misma brisa con ansias de más, ansias de vida.



                                                                                                               Anónimo. 

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