Al borde de la cama
Despertándote cada mañana, con el sol
de la aurora dándote en la cara. Sabiendo que otro día comienza,
que no sólo se tratan de otras veinticuatro horas que pasarán sin
más. Tal vez sea el momento en el que cambie mi vida, en el que ésta
dé un giro y cambie para siempre.
-Cada día debería vivirse cómo si
fuese el último.-
Vivir con intensidad, saber disfrutar
cada instante, cada compañía, cada sentimiento y sensación que me
recorre. Un día puede cambiar el resto de tu vida, cada momento
cambia la totalidad de tus días. Saber asumir tal realidad nos hace
libres, poseedores de nuestra propia existencia.
Pero aún no empecemos a desvelar las
ideas, seamos capaces de comprender a nuestra manera sin necesidad de
ayuda, de que alguien nos preestablezca lo que debemos pensar, sentir
o simplemente vivir. Cada cual es capaz de entender su propia
realidad, de poder digerir a su antojo cómo le vienen las
situaciones y emociones que nos embriagan a lo largo de, por ejemplo,
una simple mañana.
Tal vez haya sonado el despertador, no
lo sé. ¿Debería levantarme? Apoyaré una vez más los pies, en el
frío suelo que recubre toda la estancia. Aunque ya me encuentre en
pie, aún sigo dormida. Soñando, puede ser. Nunca estaré segura de
si estoy despierta o si por el contrario vivo en un constante sueño
que acabará cuando me duerma, ese viaje a los brazos de Morfeo del
que nunca despertaré, ese que tanto me asusta, pero que a veces
tanto anhelo.
Poder entender cada momento de mi vida,
me supone un reto. Saber diferenciar entre lo bueno y lo malo, lo que
tengo o debería hacer, lo que no hago y por tanto al final, siempre
me acabo arrepintiendo, aquello y aquellos a los que amo, a los que
quiero y a los que no quiero tanto. –Odiar es una sensación
demasiado extraña e incomprendida, sobrevalorada sin duda alguna.-
Por suerte o desgracia, dependiendo del ángulo en que mire,
dependiendo del pie con que pise por la mañana al despertar,
dependiendo sin más de mi estado de ánimo, de mi único guía,
aquel que me conforma, que sin pensarlo siempre está. Y ese, es mi
corazón. Otro elemento sobrevalorado, al que le exigimos demasiado,
y al fin y al cabo no es más que otro músculo de nuestro cuerpo,
que bombea sangre, que nos hace estar vivos, gracias al cuál no
podríamos sentir, amar, reír o llorar. Pero no de la forma en que
todos estamos pensando, no por que él sea el que nos guíe con
nuestros sentimientos, no por que sea a él a quién pedimos consejo,
no a él por hacernos vivir cada momento con la intensidad con los
que los sentimos. Simplemente es así, vive por nosotros, no siente
ni padece, gracias deberíamos darle a nuestro cráneo y todo lo que
éste esconde, todo el entramado de neuronas y circuitos que conectan
cada parte de nuestro cuerpo, que segrega cada sustancia para que
podamos realmente llorar, reír, simplemente sentir.
No me resulta absurdo poder decir que
no actuamos nunca con corazón, que siempre nuestro cerebro, nuestra
mente, nuestra razón, se encuentra siempre superpuesta, más bien,
podría afirmar, que es la única que decide por nosotros, que puede
abarcar cada pensamiento y cada sentimiento que nos recorre para
poder unificarlos y hacer cómo somos, cómo nos comportamos, cómo
actuamos ante unas situaciones u otras.
Cristina Morales Gómez