A todo se acostumbra uno,
a las lágrimas de mis apretados ojos acidificando mi estómago,
a las alas marchitas de este tren que huye y personifica,
a mí, a mí mismo.
Y tengo la cama en yagas, y en canal las yagas abiertas
sobre la almohada, esperando en carnaval rescate:
olvidado, con mis carnes olvidadas,
con el grito de mi martinete sobre el fuego que fragua, fatuo aunque sincero,
donde mis uñas tiznadas de nácar negro necrosan mi lengua,
y la secuencia de un dolor, y el eco de esa boca tuya, que no besa.
Y con mil palabras que no uso, y con dos cientos poemas que no siento.
Olvidado, con la cama en yagas y la carne desgarrada,
y aún así, a todo se acostumbra uno.
Resucitado, lleno de salitre,
con el moho de mis venas cocinado a lento hervor,
los zócalos y los umbrales inquietos como niños en zaguanes,
como soga en un madero de esos techos antiguos, sin barniz,
y sin nariz, perdida de buscar cal caliente en el norte.
Lo decía cruzcampo y lo decide Dios,
porque ni una sonrisa esponjonsa, carga de mentiras una maleta llena de realidad.
(a la que se acostumbra uno)
Jesús Murga
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